lunes, 18 de marzo de 2019

Penúltima parada

Pasaron casi cinco años de la última vez que escribí en este blog. Y hoy siento que vengo del futuro, a decirle a esa buscadora que inició este camino hace ya ocho años (de blog) más otros ocho, desde que decidí empezar la búsqueda, que ya llegó (casi) al final de su viaje, que ya se reencontró con su historia y que pronto se reencontrará con su...padre. Por eso, al releer, me da escalofríos pensar en que varias veces en este blog (y en mi mente) lo he imaginado tan distinto de lo que es, lo he negado tantas veces. Y en realidad, del otro lado de la historia, él me pensaba, se preguntaba qué habría sido de mí, dónde estaría, si me estarían cuidando bien...y ni siquiera tenía la certeza de que yo fuese su hija (mi madre biológica lo negaba). Era una profunda intuición la que hacía que yo no desapareciera de su mente, ni siquiera después de tener a sus (otros) hijos. Siento una enorme dicha de poder conocerlo y estar construyendo con él un vínculo único, no sé si paterno-filial, no sé si de amistad, de algo que se parece un poco a las dos cosas, a un vínculo especial entre dos adultos que parecen conocerse de toda la vida, con muchisimas cosas en común, una gran cuota de complicidad y del mismo sentido del humor, que se quieren mucho casi sin conocerse y sin haber pasado por ninguna de las etapas anteriores. En todo caso, es alguien de quien no quiero separarme nunca más.

No voy a contar la historia de por qué y cómo llegué a este mundo, porque esa historia les pertenece a ellos, mis padres biológicos. Pero sí diré que él era muy muy joven cuando nací y que se enteró del embarazo, de mi nacimiento y de que mi madee me había dado en adopción al nacer cuando yo llevaba ya dos meses de vida con mis padres adoptivos. Así que la primera decisión que tomó con respecto a mí fue hace poco tiempo, el día en que lo encontré y él decidió recibirme con los brazos abiertos. La mitad de mi viaje terminó. Llegué a buen puerto y ahí me quedo para siempre.

Si es por saber cómo lo encontré (y cómo encontré a mi madre también), fue por medio del test de ADN (¿se acuerdan que en 2014 les conté que me había hecho un test en varios sitios?). Tuve que esperar unos 4 años hasta tener coincidencias significativas (con primos segundos y terceros), en distintas bases de datos, luego cruzar datos, contactar primos, usar algortimos y contar con la inmensa generosidad tanto de primos que me prestaron sus árboles genealógicos o la memoria de sus tías, como de otras personas que me ayudaron a interpretar los datos.

Tengo además seis medio-hermanos (a los paternos, tendré la alegría de conocerlos pronto; a los maternos, por ahora, no) y más y más familiares que iré conociendo.

Habrán notado que esta es la penúltima parada. Sí. Porque la última será cuando un día quizás logre reencontrarme con la persona a la que en realidad he estado buscando todos estos años: mi madre biológica. Por el momento, no está preparada para conocerme. Ni siquiera recuerda mi nacimiento. O eso dice. O le duele tanto que lo borró. O tiene mucho miedo. O no está lista. O de verdad no quiere saber nada de mí. Sé que llegué a su vida por accidente, que siempre fui un secreto, que nunca pensó en quedarse conmigo. Al menos, eso sé. Entiendo sus razones. Pude hacerle llegar el mensaje que quería que supiera: que le agradezco que, aun en esas circunstancias, me diera la posibilidad de vivir, que tuve y tengo una buena vida, que vivo lejos y no quiero complicarla. Una vez más, eligió cortar la comunicación entre nosotras. Volvió a causarme un dolor infinito. Pero yo no doy por acabado el viaje todavía. Todavía la espero. Todavía hay un abrazo que espera por ella. Todavía la quiero.