Alguien me preguntó una vez por qué yo quería buscar a mi madre biológica y de mi padre biológico no me interesaba averiguar nada. Yo esbocé la respuesta más lógica y concreta, y también la más superficial: si ni siquiera sé quién es mi madre, cómo voy a poder buscar a mi padre... Primero tengo que encontrarla a ella, y ella me dirá... Pero escarbando un poco más, creo que la razón es que, en realidad, todos los papás son adoptivos. Es decir que, aunque sean los padres biológicos de su bebé, los hombres necesitan adoptar a la criatura que será su hijo o hija. Porque, aunque venga de su cuerpo y de su sangre, la concepción de esa criatura está tan lejana del momento del encuentro, que ese hombre que se transforma en padre tiene que hacer suya a esa criatura sólo después de que ya ha salido del cuerpo de su madre. Y en ese sentido, no es muy distinto de lo que le pasa a un padre no biológico. Por eso digo que todos los papás son adoptivos, porque tienen que adoptar como propia a esa criatura que sale de otro cuerpo, y a la vez su futuro hijo o hija tiene que hacer suyo a ese ser del que quizás reconozca la voz, pero no mucho más: su olor es nuevo, y nuevo es el compás del latido de su corazón cuando la/lo abraza sobre su pecho. Nuestro padre es siempre otro ser, que está allá afuera; a nuestra madre, al nacer, ni siquiera podemos distinguirla de nosotros mismos, pues sentimos que ella y nosotros somos uno, que somos parte de ella y ella, parte de nosotros. De ahí, para mí, la diferencia. Madre, queda dicho, hay una sola, pero repartida en dos personas físicas; padre, hay uno solo, el que adoptamos. Puede que me equivoque, pero no me imagino sintiendo nada por mi padre biológico; en cambio, por mi madre, sí, porque ella y yo fuimos una sola alguna vez, porque compartimos el alimento y la sangre, y el oxígeno, y yo respondía a la cadencia de sus movimientos, a sus estados de ánimo, a su voz, a su olor, al sosiego del compás de sus latidos. Y de pronto...el frío, el silencio, la quietud de una cuna con olor a hospital...un corte, drástico y definitivo. Y otra madre, otro olor, otros brazos, otros latidos, otra voz, otro calor. Y tuvimos que hacerla nuestra cuando todavía creíamos que nuestra primera madre y nosotros éramos una misma persona, una persona que de golpe se había partido en dos. No debe de haber sido fácil. Debe de haber sido profundamente desconcertante. En cambio, nuestro padre era otro más que estaba ahí afuera. No sé, es una teoría que se me ocurrió por tratar de pensar en una respuesta un poco más profunda a la pregunta.
Yo no pude empezar la búsqueda sino hasta después de que murió mi padre, porque sé que lo hubiera destrozado, él que tenía tanto miedo de perderme. Nunca hablamos sobre el tema. Nunca pude explicarle. Y nunca me sentí tan desamparada como cuando se fue, y tal vez también por eso nunca sentí hasta ese momento tanta necesidad de saber sobre mis orígenes. Y aún así, le sigo pidiendo permiso...