jueves, 27 de marzo de 2014

Adoptar no es sustituir

Con las palabras me gano el pan (soy intérprete y traductora), pero también puedo jugar. Jugar a darlas vuelta, a enredar sus sentidos, a ponerlas bajo la lupa y abrirlas para ver qué hay dentro. Y así fue que me puse a jugar con estas dos: adoptar y sustituir. Me fui al diccionario de la muy querida María Moliner porque es el primero que consulto siempre y porque la gran María tenía una fascinación por el uso de las palabras. Allí encuentro que

"adoptar" es: 

"1) "Ahijar. Prohijar." Tomar alguien como hijo a una persona que no lo es naturalmente, con los requisitos legales. a) Pasar alguien a considerar a otra persona como si ésta tuviera con él cierta relación que naturalmente no tiene. b) Se emplea también refiriéndose a animales.
2) Tomar como propia (sin quitarla a otro) cualquier cosa."

y siguen otras acepciones que no vienen al caso.

"Sustituir", en cambio, viene del latín sustituire, que significa poner a uno en lugar de otro, y es:

1) Ponerse o ser puesto en el lugar en que estaba otra cosa o persona.
2) Poner una cosa o persona en el sitio en que estaba otra que ya no está o que se quita.
3) Echar a una persona de su empleo o puesto y poner otra en su lugar."

Da para pensar. La gran diferencia está en que "adoptar" implica reconocerse como parte de una tríada: yo que adopto, vos que sos adoptado y ellos que te dan en adopción, mediando los requisitos legales para que esto sea así, para que pueda yo considerarte mi hijo o hija, aunque la naturaleza no lo haya dispuesto así, para que te haga propio/a (sin quitarte a otro) y sin pretender cambiar el hecho natural ni la existencia de esos terceros que te han concebido ni de ese hijo biológico que yo quería tener y que no vino, y por el que tendré que hacer, tarde o temprano, mi propio duelo.

 A diferencia de lo que pasa con "adoptar", al "sustituir" la identidad de una persona, al "anotar como propia" a una persona, no solamente le estoy poniendo un nombre en lugar de otro (que no es poco), sino que me estoy poniendo yo en el lugar en que estaba otra persona (la madre biológica, el padre biológico) "que ya no está o que se quita", y estoy poniendo a esa persona recién nacida en el lugar de otro: de ese hijo o hija natural que no tuve o que no pude tener, que estaba en mis sueños y que ahora, supuestamente, ya no está. Al omitir el nombre original, estoy pretendiendo borrar simbólicamente el vínculo natural que unía a mi hija o hijo con esos otros dos seres, sus padres biológicos, y borrar también, en apariencia, ese sueño de hijo natural que yo iba a tener, que tanto había soñado, y no llegó. Y así ese hijo o hija al que le puse mi nombre pasará, mágicamente, a ser mi hijo o hija natural, porque de ello darán fe el certificado de nacimiento falso que firmará la partera y el acta y la partida de nacimiento que expedirá el Registro Civil, origen de todos los demás documentos que mi hijo o hija irán obteniendo para acreditar su...identidad. 

Sustituir, como vemos, es mucho más que poner un nombre en lugar de otro. Es poner una identidad en lugar de otra. Es borrar simbólicamente vínculos naturales y dolores psíquicos. Pero ni la naturaleza ni la psiquis entienden de "borrados". Los vínculos biológicos tienen esa manía de no borrarse nunca, algo muy parecido de lo que pasa con los dolores psíquicos que pretenden negarse.

Así es que, en las sustituciones de identidad, todos los miembros de la doble tríada quedan ocupando el lugar de otro: los padres adoptivos (llamémoslos así) quedan en el lugar de los biológicos; los hijos adoptivos quedan en el lugar de los hijos biológicos que los padres adoptivos no pudieron tener; los padres biológicos quedan en un "no lugar", en el lugar de la nada porque no existen más, en ningún lado, igual que esos hijos biológicos que nunca nacieron. Es un juego de sillas musicales en los que no hay sillas para todos y alguien queda excluido; casi siempre, el más débil, el más lento. Siempre odié ese juego. Y ahí viene el problema: que esa ficción no se sostiene porque no es cierto que los padres biológicos no existan; existen, vaya si existen, en el lugar en el que estén viviendo y también en el cuerpo y en la mente de sus hijos. Y esos hijos que no pudieron ser concebidos tampoco dejan de existir. Viven eternamente agazapados en un dolor difuso, en ideales a los que el hijo o hija a los que has transformado en tus hijos biológicos jamás llegarán y a los que no podrán sustituir por muy perfectos que quieran ser (y algunos lo intentarán, vaya si lo intentarán) y por mucho que te quieran. Y te querrán, claro que te querrán, tanto como vos a ellos. Eso sí, al menos, será cierto. Y entonces sabrás que no había necesidad de sustituir, de borrar, que igual te habrían querido. Y cuando un día, al cabo de muchos años de análisis, esos hijos o hijas que anotaste como propios dejen de intentar sustituir a los hijos que soñaste y no tuviste, cuando se sientan bien en su piel, y se reconozcan como quienes son, seres duales, hijos de dos madres y dos padres, con derecho a no ser perfectos, el daño estará hecho, porque quizás nunca puedan reconstituir ese vínculo natural que es tan parte de su identidad como lo sos vos, madre o padre "adoptivo" que optó por sustituir en lugar de adoptar.   

Adoptar no es sustituir porque sustituir es imposible. Nadie ocupa el lugar de otro. Mejor saberlo de entrada.

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