miércoles, 16 de marzo de 2011

¿Desde cuándo te busco?


¿Cuándo empecé a buscarte? Quizás desde que te fuiste. Primero, en el silencio, ese espacio oscuro en el que faltaban tus latidos y tu voz. En el aire, huérfano del olor de tu piel. Hasta que llegó mi mamá, y supe que no eras vos, pero también supe que ella y yo íbamos a ser madre e hija para siempre, como lo supo ella en el momento en que enderezó la mamadera con la que me alimentaba una enfermera, según me ha contado. Ya tenía una mamá. Y un papá, del que poco tardé en enamorarme como nunca me enamoraré de ese otro hombre, aún más misterioso, que me engendró con vos. Pero eso no me impedía seguir buscándote, años después, entre las caras, las manos de dedos largos y flacos, las pieles mate, los ojos marrones o negros, y en el espejo, claro, en el espejo. Horas de adolescencia buscándote en el espejo, atenta a cualquier rasgo que pudiera revelarte, escondido entre mis gestos, calcados de mi madre, porque sí, también es cierto que allá en el fondo siempre soñaba con haber estado en su vientre, con ser sangre de su sangre, con que no fuera cierto que mi vida hubiera empezado en vos. Si no habías podido quedarte, mejor entonces que no hubieras existido. Y a lo mejor se habían equivocado, soñaba...pero sabía que no. Siempre me dijeron la verdad. Había nacido de otra mamá y otro papá. ¿Y entonces por qué no se habían quedado conmigo como los padres de mis amigas? Porque quizás eran muy pobres, o no podían estar juntos, o vos eras demasiado joven, o todo eso junto. Era mucho. Demasiado para mis tres, cuatro, cinco, seis años. Después dejé de preguntar. Te escribía, en cambio. Todo el tiempo. Recuerdo un cuaderno, a los ocho años, con la imagen de una playa desierta al atardecer en la tapa, desierta excepto por la figura de una mujer de vestido blanco y cabellera larga y oscura que corría por la arena. Así te soñaba. Escribí en la tapa con birome "Quienquiera que seas". Y empecé a escribirte un cuento. En mi cuento, te llamabas Ana y yo, Rosa. Pero mis padres lo descubrieron demasiado pronto y les resultó simpático y me lo dijeron y entonces, ya roto el secreto, lo dejé inconcluso, como nuestra historia real. Lo abandoné.

Pasaron años en los que te negaba. No era que no existieras, sino que aunque sabía que existías, tu existencia me era indiferente, me decía. Daba igual quién hubieras sido o por qué te hubieras ido. No me importaba. No quería saber. Porque igual yo era yo, y mi vida nada tendría que ver con la tuya. Hasta que, a los 22 años, después de una ruptura de la que no lograba recuperarme, me encontré por primera vez sentada frente a una psicóloga. Y allí, en la tercera sesión recién apareciste. Te nombré de soslayo, casi sin querer, como un detalle sin mucha importancia. Y ya nunca más dejé de hablar de vos y de nuestra historia inconclusa. Del frío, ese frío que se me instala a veces, todavía ahora, en el medio del pecho y me atraviesa, me recorre, me envuelve y paraliza. Pero buscarte, no... No, eso no, imposible. Una aguja en un pajar. Y además para qué..

Y así pasaron más años. Hasta que a los 27, sentí que una vida latía dentro mío. Duró muy poco, pero fue eterno. Cuando perdí ese embarazo, tomé conciencia de dos cosas: de cuánto quería ser madre y de cuánto duele la pérdida de un hijo, aunque sea un hijo "inconcluso". Inconcluso. Otra vez. No tenía consuelo. Me sentía el eslabón perdido. Ya te había perdido a vos. ¿Y ahora otra vez? ¿Sería que no había salida para mí, en esa espiral eterna de perder y ser perdida? ¿Nunca podría verme en los ojos de nadie? ¿Nadie me acariciaría con unos dedos tan largos y flacos como los míos? Pero dicen que Dios aprieta pero no ahorca, y si existe (yo quiero creer que sí, pero cómo me cuesta...me cuesta tanto como creer en casi todo lo demás, en casi todos los demás...quiero creer pero en el fondo, siempre desconfío, de todo y de todos...¿quién me dice que el día menos pensado no se van de mi lado como te fuiste vos?), pongamos que sí existe, me dio otra oportunidad. Y en muy poco tiempo, otra vida latiendo dentro mío. Aterrada y radiante, empecé a recorrer ese camino fascinante, esas 38 semanas juntos con quien sería mi hijo, mi primer vínculo de sangre. Te pensé. No sabés cómo. No sabés cuánto. Te extrañé, también. Por primera vez, reconocí que me hacías falta. También por primera vez, supe que esas 37, 38, 40 semanas (quizás nunca sabré cuántas) encerraban todo un universo, que sí era posible sentir con ese ser pequeñito, distinguir sus movimientos, su hipo, su alegría, su letargo, sentirme acompañada por él hasta el final. Supe entonces que nunca me habías olvidado, haya sido la que haya sido tu historia, que algo había quedado sellado para siempre entre las dos. Y cuando mi principito salió de mí y lo sentí sobre mi pecho y me miró, con esa mirada intensa que sólo tienen los recién nacidos, y dejó de llorar al oír el sonido familiar de mis latidos, al reconocer el olor de mi piel, al verme en sus ojos, te vi también a vos, en él, en mí. Supe que tu vacío de mí no era menor que el mío de vos. Que esos primeros días lo habrás sentido como si te faltara una parte de tu cuerpo. Lo supe. Simplemente, lo supe. Aún así, buscarte...no, para qué...Si ahora ya tenía en quién verme, en quién verte.

Y así pasaron cinco años más. Cambié de ciudad, de país, de idioma. Un día mi marido me dijo algo que nunca se me borró: "Vos no extrañás nada. A veces me asusta." Pensé mucho en eso. Y era cierto. Sí que extrañaba, pero me sentía y me siento cómoda en el desarraigo. Después de todo, es la parte más palpable de mi identidad. Ser extranjera, vivir en un país "por adopción" es nada más que llevar a un plano más amplio el más natural de mis sentimientos. Pertenecer y no. Ser un poco de acá y un poco de allá. El limbo de los expatriados no es muy distinto del de los adoptados. Ser expatriado es ser un ciudadano adoptivo, adoptado. Y en mi tierra adoptiva, un día soleado y frío, después de una gran nevada, hace casi 8 años, di a luz a mi segundo hijo, mi segundo principito encantado. Y esta vez sí, cortado el cordón, cuando lo oí llorar y calmarse luego contra mi pecho, cuando me clavó esa mirada intensa, inquisitiva, cuando se lo llevaron y me quedé sola unos minutos, tendida en la camilla, en la sala de partos anónima de un hospital de una ciudad ajena, de un país ajeno, entre las voces en varios idiomas que no eran el mío, de cara al reloj que marcaba las 2.40 PM, pensé en vos, y decidí buscarte. De golpe, pensé qué pasaría si este fuera el fin de mi historia con ese chiquito que acababa de parir. Cómo te habrás sentido después que nos separamos, con esa debilidad que te impide mover un brazo, ese cansancio, ese agobio, sin para qué... Quizás fue necesario sentirme sola, en un lugar extraño, para poder imaginar siquiera por un segundo lo que habrás sentido vos. No duró mucho, porque enseguida me llevaron a reencontrarme con mi marido y mi hijito, que llegaba llorando a gritos hasta que nos fundimos otra vez en un abrazo y se calmó contra mi pecho.

Desde ese momento te busco, más o menos tímidamente. Espero. Sigo. Me entusiasmo. Me obsesiono. Busco datos. Reúno, sumo, me acerco. Me asusto, me detengo, me alejo. Espero. Sigo. Y así.

Pero algo me dice que esta vez sí, esta vez sí vamos a reencontrarnos. Tarde o temprano, cuando tenga que ser.

3 comentarios:

  1. María, me encantaron tus primeros posts! El de inicio, me sentí muy identificada... una noche en la que hablé con un fliar por primera vez sobre cómo había sucedido, y me dio detalles que aún hoy no sé si son ciertos o no, volví a casa y mientras mi marido dormía a mis hijos escuché ese tema. La casa casi oscura y ese tema... y no pude evitar sentirme muy sola.

    El segundo post... también he pasado muchas de esas sensaciones, ya me diste una punta para publicar:) , eso de creer que uno lo puede todo, que no va a extrañar, que uno es fuerte... aunque por dentro esa torre se derrumbe.

    ¡Felicitaciones por el blog, ya soy tu seguidora, y con tu permiso voy a compartirlo y a incluirlo en el mío para que sigamos enriqueciéndonos en esta búsqueda que ojalá, como vos decís, sea el "camino al reencuentro".
    besos!!

    patri

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Patri. Cómo no, sigamos compartiendo.

    ResponderEliminar
  3. Un verdadero lujo poder leer y comprender las montañas rusas por las que os desplazais con el tema de los origenes.Nos ayuda a comprender mejor a nuestrxs hijxs. Gracias

    ResponderEliminar