martes, 29 de marzo de 2011

Mi historia: proyecto en curso

Voy a tratar de resumir mi historia, o al menos la historia que fui reconstruyendo con lo que me han ido contando aquí y allá:

Un tiempo antes de que yo naciera (¿semanas o meses?), en algún momento de 1969, una señora (seguramente una asistente social, probablemente Marta Bermúdez, ya fallecida, pero no puedo asegurarlo) de la institución NEF - "Niños en familia", de Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires, Argentina) llega a la casa de mi tía Norma (también fallecida), en Sierra de la Ventana, y le cuenta que va a nacer un bebé y que la madre no puede quedárselo. Mi tía ya tenía dos hijos adoptivos, y quizás podría querer otro más. No en ese momento, ella no, pero a lo mejor, su hermana, que se lo deje pensar, dice mi tía. Imaginemos que ahí termina el diálogo.

A 600 km de allí, mi mamá recibe la llamada de mi tía. Opiniones divididas. Mi hermano (adoptado, también), que a los 6 años pedía un hermanito para ser como los demás chicos. Mi papá, al parecer, no estaba entusiasmado con la idea. Mi mamá, ambivalente. Al fin, deciden que sí. El 14 de octubre, reciben la llamada. Había nacido el bebé a las 2 de la madrugada. Una nena. Se apuran los preparativos. Quiere el destino que mi mamá elija comprar el moisés en una casa de ropa de bebés de las tías de mi actual marido, que andaría por allí correteando o, como asevera una de las tías, "ayudando a pasar la cinta de raso a tu moisés", aunque ya esto entra en el terreno de lo novelesco, pero no sería lo primero ni lo último de novelesco de mi historia de vida. Finalmente, el 16 de octubre, van a buscarme. Primero van a Sierra de la Ventana y de ahí, a Bahía Blanca, al Sanatorio Central (esto último es un dato que me aporta Elisa, una de las asistentes sociales de NEF con la que pude tomar contacto hace muy poco, pero tampoco ella puede asegurarlo, y mi mamá no recuerda el nombre).

Vos, mi madre biológica, seguramente te habrás puesto en contacto con Marta Bermúdez o alguna otra persona de NEF, un tiempo antes de mi nacimiento. Es posible que algún conocido te haya recomendado que fueras a verla a Marta a su casa de la calle Yrigoyen, que ella podría encontrar una familia para tu bebé. También es posible que te hayas puesto en contacto con ella, con Elisa o con alguna otra persona de NEF en el local que tenían en la calle Castelli 314. También es posible que hayas ido al servicio social del Hospital Penna. Cuando llegó el momento del parto, te internaste en un sanatorio privado (muy probablemente, el Sanatorio Central, que en ese momento estaba ubicado en Moreno al 300). Te asistió en el parto la partera Aurelia L. Diez de Baldi. Mis padres pagaron por tu internación, para que estuvieras bien atendida, según me han contado ellos. Te internaste el 13 de octubre de 1969 y me tuviste el 14, a las 2 de la madrugada. Después, ya no supe más nada de vos. Creo que el 16, cuando ellos llegaron a buscarme, ya te habías ido. No lo sé. Sé que yo quedé al cuidado de las enfermeras. He oído sin muchas precisiones que eras muy joven, adolescente tal vez. Me da ternura pensar que quizás todo lo arreglaron tus padres y vos ni siquiera supieras cómo se llamaba el Sanatorio. Elisa cree recordar que hubo por ese entonces un bebé que se llevaron a Sierra de la Ventana, que podría ser yo, y que su mamá biológica era de Coronel Suárez. Así que imaginemos que hiciste el viaje de Coronel Suárez a Bahía Blanca para tenerme y después, te habrás vuelto a Suárez. No conozco esa ciudad, pero una gran amiga de mi infancia era de ahí. ¿Se habrá cruzado alguna vez con vos? Lo cierto es que allí terminó todo porque no firmaste ningún papel para darme en adopción. No viste a un juez y tampoco firmaste nada ante escribano público. Simplemente, te fuiste y yo quedé en el Sanatorio.

Sigue mi historia: la partera les da a mis padres un certificado de nacimiento en el que figura como parturienta mi madre adoptiva y como padre biológico, mi padre adoptivo. Supuestamente, entonces, el parto verdadero no queda asentado en los libros de parto del sanatorio, que por otro lado ya no existe. En el sanatorio, me atiende un pediatra muy joven, cuyo nombre desconozco. Duda en dejarme ir. Yo peso apenas 2, 2 kg, así que probablemente tu embarazo no haya durado 40 semanas. ¿Quizás 38?  Mis hijos nacieron de 38 semanas y pesaban más que eso. ¿36? Sólo vos lo sabés. Así que es probable que tu embarazo no haya llegado a término. O quizás no te alimentabas bien. O fumabas. O simplemente, eras chica vos también y todavía estabas creciendo, a la vez que me gestabas a mí.

Vuelvo a mis padres: me anotan como hija propia (biológica), con el certificado que les dio la partera Diez de Baldi, en el Registro Civil de Bahía Blanca. Y me llevan primero a Sierra de la Ventana, a casa de mi tía, y después, a la que iba a ser mi casa durante unos años más, en el campo, cerca de Salto, Provincia de Buenos Aires.

De allí en más, mi vida siguió muy bien. Tuve y tengo una linda familia. Una buena infancia, un poco aquí, un poco allá. Después, la juventud, los estudios, los amores, el trabajo, los hijos. Una vida como tantas. Una buena vida. Pero faltás vos.

Muchos años después, 41 para ser exacta, me decido a juntar los pocos datos que tengo y a buscarte: tengo apenas mi fecha de nacimiento y el nombre NEF, que recuerda mi mamá. Busco NEF por internet...nada por ninguna parte. O casi. Encuentro dos menciones: figura como ONG en el sitio de la Municipalidad, está el domicilio, el teléfono y dice que la inscribió como ONG la Curia y la Dirección Provincial del Discapacitado, y que fue fundada en 1966. Escribo a la Municipalidad de Bahía Blanca y me contestan que no existe más, que la coordinaba la Sra Bermúdez, ya fallecida. La otra mención que encuentro es en el sitio de Acipesu, una fundación del Banco Provincia, que le hizo una donación en el año 2000 o 2001. Perdida por perdida, les escribo. Con una gran generosidad, buscan en sus archivos y me responden que lo único que tienen es una nota firmada por la asistente social Elisa Otero. Y en el membrete, la dirección (Castelli 314) y el teléfono. Busco en internet la dirección: hoy funciona allí un servicio de reparación de artículos electrónicos. La línea telefónica es hoy de un locutorio. Busco a Elisa, y tengo la suerte de encontrar dónde trabaja, rastreo el número, la llamo, y me atiende ella misma. Le pregunto por NEF y si quedaron archivos. Me pregunta el año de nacimiento y me dice que sí, y que ella estaba en NEF en esa época. Ya para entonces me tiemblan las rodillas. Sí hay archivos, pero están guardados en el local, al que por motivos que desconozco, no pueden acceder por el momento. Me dice que consiga mi partida de nacimiento, que tienen que figurar anotaciones marginales, que le pase el nombre de la partera. Todo esto, por teléfono que se nos corta, ella en Bahía, y yo, en Canadá. Le agradezco mucho a Elisa la paciencia y la voluntad de ayudarme, a pesar de lo extraño que le resulta todo, que la llame desde Canadá para preguntarle por una ficha de archivo de hace 41 años... A todo esto, encargo a un gestor que me busque la partida y me la mande. Me llega por courrier. Mi marido la recibe y me llama al trabajo. Que me la lea por teléfono, le pido. Y él lee lo poco que hay. Nada. Los nombres de mis padres, la hora, el nombre de la partera y como lugar de nacimiento, simplemente "Bahía Blanca". Yo, que le pido que se fije bien, por si hay algo más. Y él, que quiere encontrar notas marginales, pero no las hay. Y me dice, dulce, "a lo mejor soy yo que no veo bien porque no tengo los anteojos". Pero no. No son los anteojos. No hay notas marginales. En rigor, no se trata de una adopción. No hay expediente donde ir a buscar. Solamente la memoria de Elisa, que por el nombre de la partera, deduce el Sanatorio. Y los archivos que quizás estén todavía en ese local de la calle Castelli, al que no se puede acceder, al menos por ahora.

Por todo esto que te cuento, porque no tengo más remedio, es que te busco así, a ciegas, exponiéndome públicamente en un blog. Porque no tengo expedientes donde ir a leer tu nombre, es que cuento todo esto. No creas que me hace gracia. No es mi vocación desnudarme así. Y desde ya, te tranquilizo: cuando te encuentre, si te encuentro, no voy a publicar tu foto ni tu nombre acá. Sé que probablemente hayas formado una familia y que es muy posible que tu marido y tus hijos, si los tenés, no sepan de mi existencia. Bueno, no seré yo quien te complique la vida. Prometo resguardar tu privacidad. Prometo respetar tu derecho a mantener en secreto lo que quieras. No tengas miedo. Acá te espero. No quiero lastimar a nadie; al contrario, busco cerrar heridas y abrir caminos.

Podés contactarme por e-mail a bahiaoctubre69@yahoo.com si tu historia coincide en algún punto con la mía, aunque los datos no sean exactos. Podemos comparar datos, intercambiar fotos. Y ya veremos cómo hacemos para vernos y saber si somos o no madre e hija.

Bueno, hasta acá llegué. Yo ya no puedo hacer más. Esta historia tenés que completarla vos. Te espero.


La verdad

En estos días he estado leyendo varios blogs de padres adoptivos, y muchos se planteaban si era conveniente o no decirle a su hijo la verdad sobre su historia si esa verdad era muy dolorosa. Concretamente, en casos en que ese hijo había sido producto de una violación. Claro. Qué difícil. Al leer las opiniones, me sentí dividida: por un lado, la hija adoptiva que hay en mí quería poco menos que gritar que sí, que le digan la verdad por dolorosa que sea y ya verá el hijo cómo la asimila. Por otro lado, la madre que hay en mí me hacía comprender muy bien los temores y las dudas que planteaban los padres, sobre todo cuando tienen que enfrentar a profesionales que les dan consejos taxativos, como por ejemplo, que debían decírselo a los 8 años o a los 12 años, como si todos los niños y circunstancias fueran iguales. Yo tengo un hijo de casi 8 y otro de 13, y la verdad es que si tuviera que decirles algo así, creo que no podría. Lo reconozco. Qué difícil situación la de los padres que conocen la historia. ¿Qué hacer? ¿Decirles? ¿Dejarlos buscar esperando que nunca encuentren? ¿Desalentarlos? En mi humildísima opinión, de alguien que no está en la situación de madre adoptiva que conoce esa verdad sobre alguno de sus hijos, yo creo que lo mejor sería esperar a decírselos hasta que estén en condiciones de digerir la verdad, quizás no antes de los 18 años, y esto dependería de la persona. Sinceramente, creo que un niño de 8 ni siquiera puede entender qué es una violación, y uno de 12, que recién va a entrar en la pubertad, tampoco me parece que esté preparado.

Ahora como hija adoptiva que desconoce su identidad biológica, me surge lo siguiente: entre mis fantasías más negativas siempre estuvo la de haber sido producto de una violación, y hasta de una violación incestuosa, por ejemplo, ¿por qué no? Todo puede ser. ¿Qué sentiría al enterarme? Ante todo, unas ganas enormes de abrazar a mi madre biológica. Trataría por todos los medios de decirle que me enorgullezco de ser hija de una mujer capaz de llevar adelante un embarazo en esas circunstancias. Y después, la dejaría en paz, creo que no pretendería tener una amistad con ella, porque el solo verme le despertaría recuerdos dolorosos, insoportables, quizás. O bien, trataría de ayudarla a sanar.Y después me dedicaría a mí, a tratar de hacer las paces con mi historia.

En todo caso, la verdad es la única llave, la única vía posible.

Cierro con una cita de Alice Miller, de su libro El drama del niño dotado: en busca del verdadero yo  (Tusquets, 2005) (Aclaro que lo que sigue no es una cita de la traducción al español, sino una traducción mía del libro en inglés, que tampoco es el original, porque si no me equivoco el original está escrito en alemán en 1977):
“La experiencia nos ha enseñado que tenemos una sola arma resistente en nuestra lucha contra la enfermedad mental: el descubrimiento emocional de la verdad sobre la historia singular de nuestra infancia. ¿Es posible entonces liberarnos, de una vez por todas, de las ilusiones? La historia demuestra que se cuelan por todas partes, que cada vida está plagada de ellas, quizás porque la verdad a menudo nos resulta insoportable. Y sin embargo, la verdad es tan esencial que su pérdida nos impone un pesado lastre, que se traduce en enfermedades graves. Para sentirnos completos, debemos tratar, al cabo de un largo proceso, de descubrir nuestra verdad personal, una verdad que puede causarnos dolor, antes de permitirnos alcanzar una nueva esfera de libertad. Si en cambio optamos por contentarnos con la “sabiduría” intelectual, permaneceremos en la esfera de lo ilusorio y del autoengaño.”

Alice Miller “El drama del niño dotado: en busca del verdadero yo”. 

Recomiendo muchísimo el libro, que no trata sobre la adopción pero creo que se puede aplicar mucho a nuestras historias. Ya seguiré hablando de él en otras entradas. 

Juntas y separadas

Este es un fragmento del poema "De viaje", de José Santos Chocano, que me hizo pensar en que esa imagen de ir bogando las dos, cada una a un lado de una misma canoa, cada una con un remo, sabiendo que la otra está del otro lado pero sin poder verla nunca. Es un poema de amor, pero me pareció que este fragmento bien podría aplicarse a lo que muchos de nosotros sentimos respecto de nuestra madre biológica:

“Yo lentamente sigo la ruta de mis quebrantos;
¡ella ha fugado como un perfume sobre la brisa!
Quizás ya nunca nos encontremos;
quizás ya nunca veré a mi errante desconocida;
quizás la misma barca de amores empujaremos,
ella de un lado, yo de otro lado, como dos remos,
¡toda la vida bogando juntos y separados toda la vida!¨

 Jose Santos Chocano, "De viaje"

miércoles, 16 de marzo de 2011

¿Desde cuándo te busco?


¿Cuándo empecé a buscarte? Quizás desde que te fuiste. Primero, en el silencio, ese espacio oscuro en el que faltaban tus latidos y tu voz. En el aire, huérfano del olor de tu piel. Hasta que llegó mi mamá, y supe que no eras vos, pero también supe que ella y yo íbamos a ser madre e hija para siempre, como lo supo ella en el momento en que enderezó la mamadera con la que me alimentaba una enfermera, según me ha contado. Ya tenía una mamá. Y un papá, del que poco tardé en enamorarme como nunca me enamoraré de ese otro hombre, aún más misterioso, que me engendró con vos. Pero eso no me impedía seguir buscándote, años después, entre las caras, las manos de dedos largos y flacos, las pieles mate, los ojos marrones o negros, y en el espejo, claro, en el espejo. Horas de adolescencia buscándote en el espejo, atenta a cualquier rasgo que pudiera revelarte, escondido entre mis gestos, calcados de mi madre, porque sí, también es cierto que allá en el fondo siempre soñaba con haber estado en su vientre, con ser sangre de su sangre, con que no fuera cierto que mi vida hubiera empezado en vos. Si no habías podido quedarte, mejor entonces que no hubieras existido. Y a lo mejor se habían equivocado, soñaba...pero sabía que no. Siempre me dijeron la verdad. Había nacido de otra mamá y otro papá. ¿Y entonces por qué no se habían quedado conmigo como los padres de mis amigas? Porque quizás eran muy pobres, o no podían estar juntos, o vos eras demasiado joven, o todo eso junto. Era mucho. Demasiado para mis tres, cuatro, cinco, seis años. Después dejé de preguntar. Te escribía, en cambio. Todo el tiempo. Recuerdo un cuaderno, a los ocho años, con la imagen de una playa desierta al atardecer en la tapa, desierta excepto por la figura de una mujer de vestido blanco y cabellera larga y oscura que corría por la arena. Así te soñaba. Escribí en la tapa con birome "Quienquiera que seas". Y empecé a escribirte un cuento. En mi cuento, te llamabas Ana y yo, Rosa. Pero mis padres lo descubrieron demasiado pronto y les resultó simpático y me lo dijeron y entonces, ya roto el secreto, lo dejé inconcluso, como nuestra historia real. Lo abandoné.

Pasaron años en los que te negaba. No era que no existieras, sino que aunque sabía que existías, tu existencia me era indiferente, me decía. Daba igual quién hubieras sido o por qué te hubieras ido. No me importaba. No quería saber. Porque igual yo era yo, y mi vida nada tendría que ver con la tuya. Hasta que, a los 22 años, después de una ruptura de la que no lograba recuperarme, me encontré por primera vez sentada frente a una psicóloga. Y allí, en la tercera sesión recién apareciste. Te nombré de soslayo, casi sin querer, como un detalle sin mucha importancia. Y ya nunca más dejé de hablar de vos y de nuestra historia inconclusa. Del frío, ese frío que se me instala a veces, todavía ahora, en el medio del pecho y me atraviesa, me recorre, me envuelve y paraliza. Pero buscarte, no... No, eso no, imposible. Una aguja en un pajar. Y además para qué..

Y así pasaron más años. Hasta que a los 27, sentí que una vida latía dentro mío. Duró muy poco, pero fue eterno. Cuando perdí ese embarazo, tomé conciencia de dos cosas: de cuánto quería ser madre y de cuánto duele la pérdida de un hijo, aunque sea un hijo "inconcluso". Inconcluso. Otra vez. No tenía consuelo. Me sentía el eslabón perdido. Ya te había perdido a vos. ¿Y ahora otra vez? ¿Sería que no había salida para mí, en esa espiral eterna de perder y ser perdida? ¿Nunca podría verme en los ojos de nadie? ¿Nadie me acariciaría con unos dedos tan largos y flacos como los míos? Pero dicen que Dios aprieta pero no ahorca, y si existe (yo quiero creer que sí, pero cómo me cuesta...me cuesta tanto como creer en casi todo lo demás, en casi todos los demás...quiero creer pero en el fondo, siempre desconfío, de todo y de todos...¿quién me dice que el día menos pensado no se van de mi lado como te fuiste vos?), pongamos que sí existe, me dio otra oportunidad. Y en muy poco tiempo, otra vida latiendo dentro mío. Aterrada y radiante, empecé a recorrer ese camino fascinante, esas 38 semanas juntos con quien sería mi hijo, mi primer vínculo de sangre. Te pensé. No sabés cómo. No sabés cuánto. Te extrañé, también. Por primera vez, reconocí que me hacías falta. También por primera vez, supe que esas 37, 38, 40 semanas (quizás nunca sabré cuántas) encerraban todo un universo, que sí era posible sentir con ese ser pequeñito, distinguir sus movimientos, su hipo, su alegría, su letargo, sentirme acompañada por él hasta el final. Supe entonces que nunca me habías olvidado, haya sido la que haya sido tu historia, que algo había quedado sellado para siempre entre las dos. Y cuando mi principito salió de mí y lo sentí sobre mi pecho y me miró, con esa mirada intensa que sólo tienen los recién nacidos, y dejó de llorar al oír el sonido familiar de mis latidos, al reconocer el olor de mi piel, al verme en sus ojos, te vi también a vos, en él, en mí. Supe que tu vacío de mí no era menor que el mío de vos. Que esos primeros días lo habrás sentido como si te faltara una parte de tu cuerpo. Lo supe. Simplemente, lo supe. Aún así, buscarte...no, para qué...Si ahora ya tenía en quién verme, en quién verte.

Y así pasaron cinco años más. Cambié de ciudad, de país, de idioma. Un día mi marido me dijo algo que nunca se me borró: "Vos no extrañás nada. A veces me asusta." Pensé mucho en eso. Y era cierto. Sí que extrañaba, pero me sentía y me siento cómoda en el desarraigo. Después de todo, es la parte más palpable de mi identidad. Ser extranjera, vivir en un país "por adopción" es nada más que llevar a un plano más amplio el más natural de mis sentimientos. Pertenecer y no. Ser un poco de acá y un poco de allá. El limbo de los expatriados no es muy distinto del de los adoptados. Ser expatriado es ser un ciudadano adoptivo, adoptado. Y en mi tierra adoptiva, un día soleado y frío, después de una gran nevada, hace casi 8 años, di a luz a mi segundo hijo, mi segundo principito encantado. Y esta vez sí, cortado el cordón, cuando lo oí llorar y calmarse luego contra mi pecho, cuando me clavó esa mirada intensa, inquisitiva, cuando se lo llevaron y me quedé sola unos minutos, tendida en la camilla, en la sala de partos anónima de un hospital de una ciudad ajena, de un país ajeno, entre las voces en varios idiomas que no eran el mío, de cara al reloj que marcaba las 2.40 PM, pensé en vos, y decidí buscarte. De golpe, pensé qué pasaría si este fuera el fin de mi historia con ese chiquito que acababa de parir. Cómo te habrás sentido después que nos separamos, con esa debilidad que te impide mover un brazo, ese cansancio, ese agobio, sin para qué... Quizás fue necesario sentirme sola, en un lugar extraño, para poder imaginar siquiera por un segundo lo que habrás sentido vos. No duró mucho, porque enseguida me llevaron a reencontrarme con mi marido y mi hijito, que llegaba llorando a gritos hasta que nos fundimos otra vez en un abrazo y se calmó contra mi pecho.

Desde ese momento te busco, más o menos tímidamente. Espero. Sigo. Me entusiasmo. Me obsesiono. Busco datos. Reúno, sumo, me acerco. Me asusto, me detengo, me alejo. Espero. Sigo. Y así.

Pero algo me dice que esta vez sí, esta vez sí vamos a reencontrarnos. Tarde o temprano, cuando tenga que ser.

sábado, 5 de marzo de 2011

¿Nos veremos otra vez?

Hola. Hoy empiezo este blog, que intenta ser un diario de mi camino hacia el reencuentro con mi madre biológica. Camino con idas y vueltas, con avances, tropiezos, retrocesos, baches, dudas, miedos. Camino que empecé a recorrer sola y al que van sumándose día a día personas maravillosas que a veces me llevan de la mano, otras me dan una palmadita en la espalda, me calman cuando me enojo, me alientan cuando estoy por perder la fe y me acompañan siempre. Gracias por acompañarme en este camino, que intenta ser también un lugar de encuentro, de apoyo mutuo y de reflexión sobre la adopción y la construcción de la identidad. Acá van a encontrar mis reflexiones, pero también libros, películas y todo aquello que vale la pena compartir.

Sé que éste es un viaje sin mapa y sin brújula, y quizás sin destino. ¿Nos veremos otra vez? es la pregunta que me hago desde hace tiempo al pensar en ella, esa mujer de mil rostros que me llevó en su vientre y de la que nada sé. Mentiría si digo que voy ligera de equipaje. Cargo con miedos: a no encontrarla, a encontrarla y que no quiera verme, a encontrarme con una historia difícil. Cargo también con sentimientos encontrados: culpa por buscar, necesidad de saber, miedo a causar dolor. Pero mis ganas de saber pueden más.

Sé que todos los que buscamos cargamos más o menos con lo mismo. Por eso, me dedico y les dedico a todos esta hermosa canción de Serú, y sobre todo esa estrofa que dice:

"no estés sol@ en esta lluvia
no te entregues por favor!
Si debes ser fuerte en estos tiempos
para resistir la decepción
y quedar abiert@, mente y alma,
yo estoy con vos."