viernes, 14 de octubre de 2011

Cumpleaños


He comprobado que, por anciana que sea una mujer, conserva grabados a fuego en su memoria, con increíble nitidez, los detalles de los momentos que precedieron al nacimiento de sus hijos. Es como si la vida se hubiera detenido allí un momento y dejado una huella imborrable. Yo misma, en cada cumpleaños de mis hijos, rememoro esos momentos y me explayo, con lujo de detalles, contándoles y contestando a sus muchas preguntas. Y es el cumpleaños ese retorno al origen de la vida. Por eso mis cumpleaños son agridulces. Tengo mucho para celebrar y seres queridos con quienes festejar, pero esa pequeña historia me la tengo que inventar, y no puedo dejar de hacerme todas esas preguntas sin respuesta, no puedo dejar de pensar en vos. ¿Habré sido tu primera hija? ¿Habré sido tu única hija? ¿Con quién estabas aquel día de octubre de 1969 cuando te internaste en el sanatorio para parirme? ¿Qué sentías? ¿En algún momento sentiste dudas? Y después que me dejaste, ¿qué sentiste? ¿Te acordarás hoy vos también de ese día?
Y así es que hoy, a los 42, todavía sigo preguntándome quién sos, dónde estás, si te acordarás de mí, y por qué, por qué, por qué...
A la mañana, me despertarán con besos y abrazos, y felizcumpleaños, y regalos y llamadas y mensajes, y el momento presente irá ganando la pulseada y me acostaré cansada y feliz. Pero este momento, este momento que es la hora en que nací, hace hoy 42 años, este momento es sólo mío y tuyo y brindo una vez más con el fantasma de tu ausencia, hasta que volvamos a encontrarnos.

lunes, 4 de julio de 2011

Con ojos de niño

En estas últimas semanas, mi hijo de 8 años, que suele analizar mucho todo, está muy centrado en el tema de la adopción, al que generalmente llega por asociación con sus mascotas. Comparto con ustedes dos de esas conversaciones y reflexiones que para mí han sido como si me pusieran un espejo delante y me cerraran todas las vías de escape: mi hijo me obliga a enfrentarme a mí misma, a cuestionar y cuestionarme, a ver las cosas como son, sin más. Alguien dijo (algunos dicen que fue Einstein, otros Feynman, el Nobel de física, pero poco importa quién fue) que si uno no puede explicarle algo un chico de 6 años es porque uno mismo no lo entiende. Y la verdad que más avanzaba la conversación, más inentendible me parecía todo. Es bueno a veces ver las cosas con ojos de niño…Por momentos, al charlar con él, sentía que los roles estaban invertidos, que él era el más sabio de los dos,  el que estaba "mejor parado" ante la vida, y, por otro lado, también sentí que hay sentimientos y experiencias intransferibles y que nunca va a poder sentir lo que siento yo, a pesar de su inmensa capacidad de empatía que nunca deja de conmoverme porque a su edad, no es tan común. Mi otro hijo es igual en eso (quiere ser psicólogo cuando sea grande), pero más reservado, es más de escuchar pero no hablar, y casi nunca habla de ese tema. En fin, no los quiero aburrir. Pasemos a las conversaciones. Me gustaría, eso sí, que me comenten ustedes (los adoptados) si tienen este tipo de charlas con sus hijos, si les dicen cosas parecidas, y qué sienten ustedes. Hace poco, Patri Holmes en su blog preguntaba si creíamos que nuestra condición de adoptados influía en nuestra manera de ser padres. Yo siempre me lo pregunto. También me pregunto cómo es la experiencia de ser hijo de un adoptado, si en algún momento ustedes (los que tienen una mamá o un papá adoptad@) sintieron que esto es algo que influyó en su relación con sus padres o que explica de algún modo algunas actitudes de sus padres. Gracias por participar y responderme.

Aquí van:

Conversación 1:
Mi hijo: "Mami, cuando nos vayamos de vacaciones, ¿qué vamos a hacer con Pipo y Catu?
Yo:  “Los vamos a dejar en la veterinaria, porque ahí tienen a los animalitos cuando los dueños no pueden tenerlos por un día, hasta que vuelven a buscarlos.”
MH: “Mirá si creen que no volvemos más y que los dimos en adopción…”
Y: “No, no te preocupes, eso no va a pasar porque en la veterinaria saben que nos vamos por una semana nada más, no los van a dar en adopción.”
MH: “Ya sé, pero yo digo Pipo y Catu. ¿Cómo saben ellos que vamos a volver? Porque ellos no entienden. Mirá si creen que nunca vamos a volver y que los dejamos ahí y los pusimos en una lista de adopción. Se van a morir de tristeza…”
Y: “No, los animales saben. Vos no te preocupes.”
MH: “¿Cómo puede haber gente que pone un bebé en una lista de adopción, que lo deja así y no vuelve más? ¿A quién se le puede ocurrir algo así? ¿A vos por qué te dejaron? ¿Dónde te dejaron?”
Y: “Me dejaron en la clínica donde nací.”
MH: “¿Y estabas triste?”
Y: “No sé. Era recién nacida. No sé si me di cuenta.”
MH: “¿Y por qué?”
Y: “No sé. Pero me puedo imaginar algunos motivos: por ejemplo, que a lo mejor mi madre era muy pobre y no me podía cuidar, porque tenía que trabajar…”
MH: “Pero te podría haber dejado en una guardería mientras trabajaba y después volvía a buscarte, como hacías vos cuando yo era chiquito. Vos también trabajabas. No me parece que eso sea como para dejar un bebé y no verlo nunca más. ¿Vos te das cuenta de lo que es eso? Yo nunca pensé que una mamá podía dejar a su bebé, y ahora me da miedo, porque si te pasó a vos me puede pasar a mí.  ¿Vos me dejarías para siempre?
Y: “¡Jamás! Porque mi realidad es otra, muy distinta. Cuando vos naciste, yo no estaba sola, estaba con papá, que me acompañaba y me ayudaba. Tenía a los abuelos que también me ayudaban… A lo mejor mi madre no tenía nada de eso.”
MH: “¿Cómo? ¿Una mamá puede tener a un hijo sola? Yo creía que para tener un bebé hacían falta una mamá y un papá…”
Y: “Sí, es así como vos pensás. Hacen falta una mamá y un papá. Pero a veces las personas tienen hijos sin querer. Nosotros a vos te pensamos desde mucho antes que nacieras. Decidimos que ibas a nacer. Te tuvimos porque queríamos tenerte, y cuando naciste, te estábamos esperando los dos, muy contentos de por fin conocerte, y tu hermano también te esperaba… En cambio, a lo mejor mis padres no querían tener un hijo o no estaban preparados, y entonces a lo mejor mi padre no quiso saber nada y mi madre sola no podía, o a lo mejor, tampoco quería. A lo mejor eran los dos muy jóvenes y sus padres decidieron que lo mejor era darme en adopción, qué se yo…”
MH: “Sí pero cuando el bebé ya está, hay que cuidarlo. El bebé no tiene la culpa de que no lo quisieran tener. Eso está mal. Cuando un bebe nace, hay que cuidarlo y quererlo porque si no, se muere…Tener un hijo y dejarlo así, para que otra persona lo críe está mal.”
Y: “No podemos juzgar así, sin saber. ¿Qué sabemos qué pasó? A lo mejor mi madre estaba enferma… Hay circunstancias muy distintas, que ni nos imaginamos. Yo a vos nunca te hubiera dejado y nunca te voy a dejar porque todo es tan distinto para mí.”
MH: “Ya sé. Pero es que yo te quiero mucho y no entiendo cómo alguien te puede haber dejado así, solita… Me pone triste. Me da rabia. Menos mal que yo no soy adoptado porque yo tendría mucha rabia y estaría muy triste si eso me pasaba a mí. O pensaría que no sirvo para nada y que por eso me dejaron, que la culpa es mía.”
Y: “Sí, es cierto. A veces yo he sentido todo eso que vos decís, pero no te olvides de que yo tuve una mamá y un papá que me quisieron y me quieren mucho, y después me enamoré, y después los tuve a ustedes dos, y eso es tan fuerte que compensa todo lo demás, lo tapa. Todo ese amor puede más.”
MH: “Sí, pero igual. Eso no cambia que te dejaron.”

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Conversación 2 (a bordo de un colectivo):

Mi hijo: “Entonces, ¿vos estás segura que sos adoptada?”
Yo: “Sí, segura.”
Mi hijo: “¿Y no pensás nunca por qué o quién fue tu primera mamá?
Yo: “Sí. Me lo pregunto todo el tiempo.”
MH: “¿Cómo se llamaba?”
Yo: “No sé.”
MH: “¿Cuántos años tenía?
Yo: “No sé.”
MH: “No sabés nada de nada. ¿Cómo nunca preguntaste?”
Yo: “Es que no tengo a quién preguntarle…”
MH: “Y, en la agencia de adopción. En  algún lado tiene que decir algo. O un certificado de nacimiento…Yo tengo uno.”
Yo: “No, es que no me adoptaron en una agencia.”
MH: “Ah… ¿Los bebés solamente se pueden adoptar o también se pueden comprar, como las mascotas?”
Yo: “No, los bebés no se compran.”
MH: “Ah… Entonces, si no te compraron ni te adoptaron de una agencia, ¿cómo hicieron?”
Yo: “Me fueron a buscar al hospital donde nací. Y me hicieron un certificado de nacimiento, igual que si yo hubiera nacido de la panza de la abuela, ¿entendés? Pusieron los nombres de ellos.”
MH: “Ah, por eso, no está el nombre, claro…Uy, entonces nunca vas a saber… ¿Y por qué hicieron eso?”
Yo: “No sé. Pero, ¿sabés una cosa? Yo justamente ahora la estoy buscando.”
MH: “¿A la mamá que te dejó?”
Yo: “Sí. Para poder hacerle todas esas preguntas que vos me hacés a mí. Para saber qué pasó.”
MH: “¿Y cómo vas a buscarla, así en el mundo? ¿Preguntándole a la gente por la calle? Es muy loco eso… ¡Ya sé! ¡Podés buscarla en Google! En Internet, podés encontrar lo que quieras…”
Y: “Sí, más o menos eso estoy haciendo. En Google no puedo buscarla porque no tengo el nombre, aunque igual por Google encontré varias cosas que me llevaron a saber el lugar exacto en el que nací y hasta sé cómo se llamaba la señora a la que mi primera mamá me dio para que me buscara otra mamá.”
MH: “¿En serio? ¡Qué bien! ¿Y?”
Y: “Y, esa persona ya está muerta.”
MH: “Qué lástima…Y bueno, a lo mejor la encontrás. Y si no la encontrás, qué vamos a hacer. Pero por lo menos la estás buscando.”
Y: “¿A vos te parece una buena idea?
MH: “Sí. Vos tenés que buscarla. Necesitás buscarla. Si no, vas a estar pensando todo el tiempo…”
Y: “¿Y si la encuentro, a vos te gustaría conocerla?”
MH: “No. No creo. No sabría qué decirle. Sos vos la que necesita encontrarla. Después, me contás y listo. Yo creo que ella no era mala. Y a lo mejor no era que no te quería. Para mí, a lo mejor no tenía una buena vida y quería que vos tengas una vida mejor. Y dijo, mejor que siga sola y tenga una buena vida con otros padres. Igual que Leela, de Futurama. ¿Sabías que los padres eran mutantes y la abandonaron en un orfanato? Hace poco Leela los quería buscar y Fry la ayudó, y los encontraron. ¿Y sabés qué? Al final ellos la querían mucho pero pensaban que era mejor si la tenían los humanos porque a los mutantes nadie los quiere. Y resulta que ellos todo el tiempo estaban cerca de Leela y ella no sabía. Y le dejaban regalos de sorpresa y ella no sabía de quién eran, y toda la vida la cuidaban de lejos y ella, sin saber… Sí, yo creo que fue así. Si no la encontrás, pensá que fue así. Y si la encontrás, le preguntás. Y después me contás.”

 Y después te cuento, dulzura… Después, te cuento…

viernes, 3 de junio de 2011

Viaje a la semilla

"Hambre, sed, calor, dolor, frío. Apenas Marcial redujo su percepción a la de estas
realidades esenciales, renunció a la luz que ya le era accesoria. Ignoraba su nombre. Retirado
el bautismo, con su sal desagradable, no quiso ya el olfato, ni el oído, ni siquiera la vista.
Sus manos rozaban formas placenteras. Era un ser totalmente sensible y táctil. El
universo le entraba por todos los poros. Entonces cerró los ojos que sólo divisaban gigantes
nebulosos y penetró en un cuerpo caliente, húmedo, lleno de tinieblas, que moría. El
cuerpo, al sentirlo arrebozado con su propia sustancia, resbaló hacia la vida."
(Fragmento de "Viaje a la semilla", de Alejo Carpentier)

Este cuento magistral de Alejo Carpentier relata los últimos días de vida de Marcial, un anciano que, al agonizar, hace un viaje interior "marcha atrás" que lo devuelve hasta su nacimiento. Me llega mucho porque es, para mí, una metáfora del viaje que nos toca emprender a quienes buscamos nuestros orígenes. En realidad, aunque no los busquemos, siempre estamos volviendo al punto de partida, como en los juegos de mesa...un paso adelante, dos, tres, y..."¿En la familia hay algún antecedente de...?"...y retrocedemos al primer casillero de un plumazo. El eterno retorno al nacimiento, a antes del nacimiento, a las circunstancias que rodearon nuestra concepción y gestación, a ese cuerpo que nos albergó y del que nada sabemos, pero cuyo recuerdo está grabado en algún lado, dentro nuestro. Y este párrafo en particular del cuento es especialmente fuerte, ese momento en el que nos separamos, cuanto todo era apenas hambre, sed, calor, dolor, frío. Ese momento en que ignorábamos nuestro nombre...y seguimos ignorándolo...

miércoles, 25 de mayo de 2011

Mi canción de amor

En esta escena de la película "My own love song" (Mi canción de amor), la protagonista se reencuentra con su hijo biológico, al que dio en adopción cuando él tenía 3 años después de un accidente que la dejó en coma. La película es muy linda, pero esta escena es especialmente conmovedora. Ese reconocimiento mutuo en la mirada, esa sonrisa de él que tiene la ternura del abrazo que no se animan a darse. Para los que buscamos, tiene un sentido muy especial. Se las recomiendo.

jueves, 19 de mayo de 2011

Mi aviso

Hoy salió mi aviso en la "Nueva Radio Suárez", de Coronel Suárez, gracias a Susana. Me dio vértigo verme....


18/05/2011
Busco mis orígenes.
Escribime a: bahiaoctubre69@yahoo.com
www.caminoalreencuentro.blogspot.com
 
Nací en Bahía Blanca, el 14 de octubre de 1969, en el Sanatorio Central (Moreno al 100). El parto lo asistió Aurelia Diez de Baldi. Me entregaste en adopción a través de NEF (Niños en Familia).
Posiblemente hablaste con Marta Bermúdez, y es posible que hayas vivido en su casa de Irigoyen 211 hasta el momento del parto.
Te espero.
Carola (María de Bahía)

sábado, 14 de mayo de 2011

Una buena noticia

El viaje me hizo bien. Volví con más paz y menos ansiedad. Ahora estoy en un compás de espera, con la sensación de que, por el momento, ya hice bastante. No todo lo posible, pero sí bastante, Y que por ahora, estoy bien así, con ganas de hacer otras cosas y dejar que esto tome su curso. Y en estos días recibí un mail de Susana, una persona que leyó el blog y sintió que quería ayudarme con lo que estuviera a su alcance. Y así lo hará. Va a difundir mi historia por los alrededores de Coronel Suárez, de donde podría llegar a ser mi madre biológica. Tiene un contacto que le permitiría que mi historia se lea en una radio local. Y puso el cartelito con mis fotos en una cartelera en el hospital donde trabaja. Gracias, Susana, gracias de todo corazón. Creo que estoy empezando a entender lo que me dice Elisa. Dejar que Dios marque el rumbo, por intermedio de esas personas lindas que se nos van cruzando en el camino y nos aportan su granito de arena. Gracias de nuevo. Cruzo los dedos.

lunes, 18 de abril de 2011

Ya no estoy sola

Sí, mis miedos era infundados. Hablé con mi mamá. Me escuchó. Me entendió. Y, fiel a su estilo, puso en marcha sus ideas para ayudarme a buscar. No se imaginan el alivio que siento, ahora que sé que ella me acompaña en este viaje.

Me contó mi historia, desde su perspectiva. Y fue lindo ver la expresión de su cara al recordar. Me habló de sus dudas, de sus miedos, de su entusiasmo. No pudo aportarme casi datos nuevos, salvo la descripción física de mi madre, que le dio la asistente social que, me confirmó, era la señora Bermúdez: mi madre era morocha, de piernas largas, brazos largos, dedos muy largos y finos...¡chocolate por la noticia! ¡Así soy yo! Pero bueno, claro, de recién nacida, no podia preverse que yo me pareciera a ella. Ahora sé que sí, y me alienta pensar que entonces quizás me reconozca por fotos. Me cuenta mi mamá que incluso la invitaron a conocerla, pero ella no quiso, preferia no saber nada por miedo a involucrarse demasiado en la historia, por miedo a después no poder llevarme con ella.


Hablamos también de por qué no lo habían hecho legalmente. Me conmovió que me dijera que ahora se da cuenta de los problemas que esto me trae. Me conmovió mucho y me acercó a ella mucho más. Hablar con ella me permitió ponerme más en su piel, en ese momento y lugar. Ahora la comprendo más.

En fin, siento mucha paz. Hasta pensamos algún día volver las dos a mi ciudad natal a recorrer juntas esas calles una vez más. ¿Querrá Dios que podamos hacerlo y, en ese mismo viaje, reencontrarnos las tres?

sábado, 9 de abril de 2011

Con un pie en el avión

En pocas horas, estaré en la que fue mi casa hasta hace unos nueve años, en Buenos Aires. Nunca me es fácil volver de visita. Los recuerdos me asaltan desde cada rincón. Esta vez, además, un nuevo desafío: sentarme a charlar con mi mamá y contarle que estoy buscando mis orígenes. Tengo miedo. Intuyo que es un miedo infundado, sin sentido, ¿pero de qué sirve la razón cuando se siente miedo? ¿Miedo de qué? Si fue ella la que, sin que yo le preguntara, me dio el único dato que me permitió avanzar un poco en la búsqueda. A la vez, también estoy ávida de que recuerde algo más.

Y en estas horas en las que debería estar haciendo la valija, estoy preparando un resumen de mi historia en una carilla, con fotos, para mandárselo por correo a Elisa, la asistente social que fue testigo a distancia de mi nacimiento y entrega, para que la exponga en la cartelera del hospital donde trabaja. Y eso también asusta. No ya una búsqueda virtual. Un papel impreso. Mi foto en un papel clavado en una cartelera de un hospital. La posibilidad de que ella lo lea y me mire y se reconozca y me escriba. O no.

Y entre tanto, Elisa me aporta más datos, con cuentagotas, pero cada gota abre una puerta. Me recomienda que ponga el nombre de su tía, la asistente social que supone participó directamente, Martha Bermúdez, ya fallecida. Y su dirección, Yrigoyen 112, Bahía Blanca. Es posible que mi madre haya vivido en esa casa los últimos meses de su embarazo. También me recomienda que haga dos copias. Una para enviársela a una colega de Coronel Suárez, para que la ponga en el hospital de ahí, porque algo le dice, una intuición honda, que mi madre era de esa pequeña ciudad, cercana a Bahía.

Empiezo a imaginarla. Yéndose de Suárez cuando todavía "no se le notaba". Después, la casa de la calle Yrigoyen. De ahí, al Sanatorio Central, calle Moreno al 100. Qué ganas de recorrer esas calles, de hacer ese trayecto para poder al menos ponerle imágenes reales a mis fantasías.

Que rece, me aconseja Elisa. A María. Cómo quisiera tener fe. Cómo le explico que me siento una impostora, rezando para pedir favores. Cómo le explico que también me da rabia tener que pedir por favor algo que la inmensa mayoría de la gente sabe desde siempre: quién es esa mujer en la que viví los primeros nueve meses de mi vida. Quién es. Cómo se llama. ¿Me parezco a ella? ¿Vive?

Que Dios me dé la fe que me falta y me ayude a empezar a encontrar respuestas.

martes, 5 de abril de 2011

Reflexiones sobre los testimonios de las madres biológicas

Después de leer en el blog de Patri Holmes los testimonios tan conmovedores de madres que han entregado a sus hijos, siento un nudo en la garganta y muchas ganas de encontrar a la mía para poder decirle que no tiene por qué sufrir tanto. Ya bastante tuvo, que al menos no cargue con una culpa innecesaria. Comparo los casos y veo que hay puntos en común:

* Una sociedad pacata, o por lo menos, conservadora, que despreciaba al que era diferente (hijo de madre soltera, por ejemplo), como si hubiera un único modelo válido de familia.
* Un padre que, por miedo, o por ser también víctima de las presiones sociales, no puede afrontar bien la situación y abandona a la madre de su hijo.
* Unos padres (de la menor embarazada) temorosos de las presiones sociales que piensan en el futuro de esa hija "hacia afuera", en su dimensión social, pero soslayan en todo momento lo que esa madre en ciernes siente "hacia adentro", su dolor psicológico de puertas adentro. Padres presionados que a su vez presionan y no contienen.
* Una madre sola y asediada por las presiones familiares, sociales, por el abandono de su pareja, por su falta de autonomía (para poder criar a un hijo soltera, es imprescindible autoabastecerse, cosa que con una criatura tampoco es fácil), que ama a ese niño y muchas veces renuncia a él por amor, por salvarlo de todo eso.
* Un silencio espantoso, una soledad insoportable, una carga muy pesada y nadie para compartirla.
* La complicidad de la Iglesia Católica que, en lugar de acompañar y contener, trata de "arreglar" y "tapar la evidencia del pecado". Es paradójico que esa misma institución surja de alguien con la mente tan abierta como Jesús, que nunca habría despreciado a una madre soltera ni a un hijo "bastardo". De haber nacido Jesús en otra época, seguro trataban de convencer a María de que lo diera en adopción porque no estaba muy clara la paternidad y el niño iba a sufrir...;).

Bromas aparte, creo que todos los "actores" han actuado con las mejores intenciones, haciendo lo que creían que era lo mejor. Y de hecho, a muchos de nosotros, mal no nos fue. Pudimos disfrutar de tener una familia desde el principio, tanto nosotros como nuestros padres adoptivos. Pero...¿y nuestras madres biológicas? Creo que es muy alto el precio que les tocó pagar para hacerles la vida más fácil a todos los que las rodeaban. Su decisión fue conveniente para todos, pero en el camino quedó su dolor, su soledad y la imposibilidad de compartirlo, pues a todos les convenía olvidar y pretendían que ellas también olvidaran. No se me ocurre algo menos natural que eso.

Por todo esto, siento que en el proceso de adopción, las que más pierden son, sin duda, las madres biológicas. A todas ellas, un abrazo, y ojalá encuentren a sus hijos y, sobre todo, que al encontrarlos a ellos, encuentren también la comprensión y la paz que nunca tuvieron.

viernes, 1 de abril de 2011

Cruzar la calle

Hola, como es viernes, me permito una disgresión. Les regalo un cuento que escribí hace ya unos 14 años. Lo tenía olvidado por ahí pero hoy me acordé y lo busqué. Es increíble cómo el inconsciente nos lleva años de ventaja. Cuando escribí este cuento, lo hice pensando en otra persona. El protagonista es otro, y sin embargo, al releer lo que escribí hace unos días, esa especie de carta a mi madre contándole desde cuándo la busco, me encuentro con palabras que parecen copiadas de este cuento. Pero juro que no. Estaban ahí, escondidas, y pudieron salir primero en un cuento y sólo años después, más directamente, en primera persona.

Bueno, acá va. Espero que les guste. Feliz fin de semana.

"Cruzar la calle
            Viniste porque te citó Laura.  Te llamó ayer y tardaste en darte cuenta de quién era.  Casi no te acordás de la cara.  Viniste por curiosidad.  Sacás la cuenta.  Fue hace dos años.  Salieron un par de veces, cuando te estabas por casar con Silvina.  No entendés mucho para qué te habrá llamado.  Pero acá estás, sentado en una mesa contra la ventana, en el bar en que te citó. 
            Mirás la puerta y la ves.  La reconocés enseguida.  Ahora tiene el pelo más corto y más claro, pero es su cara.  No viene sola.  Trae de la mano a una nena de no más de un año.  Viene derecho a tu mesa, sin dudar.
            --Este es tu papá –le dice a la nena, señalándote.  La mirás.  Mirás a la nena.  –Hola, Ernesto, te presento a Florencia –te dice con una sonrisa tensa.
            No le contestás.  Mirás a la nena, que babosea una galletita.  Es rubia, tan rubia como vos, y te mira con tus ojos azules.  Te sonríe.  Te convida con la galletita baboseada.  Te da asco, pero le decís “No, gracias” con una sonrisa.

            “No, gracias”, te oís decir con una voz lejana a la señora que te acerca una bandeja de bizcochos, y mirás a tu mamá, que te mira con aprobación.  La primera vez siempre hay que decir “no, gracias”, te había enseñado.  Tenés cinco años y te estás aburriendo.  No te gusta ir de visita.  “¡Qué monada de chico!”, dice la señora mientras te pellizca un cachete y le pregunta a tu mamá: “¿A quién salió tan rubio?”.  “Soy adoptado”, le contestás.  Se hace un silencio.  Sentís la mirada de tu mamá en tu espalda.  Te dijo mil veces que eso no hay que decírselo a cualquiera, que no es un secreto pero tampoco hay que decirlo.  No entendés.  “¡Ay no me digas! ¡Qué hermoso!”, oís que dice la señora mientras te pellizca más fuerte y te sube el mentón.  Ahora te mira a los ojos.  “Qué suerte que tenés.  Tenés que agradecerle mucho a mami y a papi, ¿sabés?”.  Asentís.  “No lo hicimos por caridad”, dice tu mamá con un tono seco, como cuando está enojada, pero no tiene cara de enojada, le sonríe a la señora.

            --¿Y? --Laura ya se sentó, con la nena en la falda, y te echa una bocanada de humo en la cara.  --¿No vas a decir nada?
            --¿Qué querés que diga?  --Ahora sos vos el que prende un cigarrillo.  –Si me hubieras dicho antes, cuando todavía se podía hacer algo...
            --¿Cómo “hacer algo”?
            --Vos sabías cómo venía la mano... –La mirás a los ojos. –Y si hubo un...accidente, bueno, me hubieras dicho en su momento.  –Te encogés de hombros. --Ahora ya está.
            --¡Accidente! --Laura se acomoda en la silla, fuma, te mira con indignación.  –Es lo único que se te ocurre decir. Y no me mires así, como si fuera un vidrio.

            “No me mirés así, como un autómata... preferiría que me putearas”, te dice tu viejo.  Tenés dieciséis años. A tu viejo lo indigna tu forma de mirar a través, de estar ausente.  Y a vos se te atragantan las palabras que quisieras decir y no podés. Te quedás mirándolo sin decir nada.  Y desde adentro te sube un frío que se te instala en el pecho y bronca, mucha bronca contra vos mismo.  Te sentís torpe. Sabés de sobra que no sos fuerte como él, que lo decepcionás, aunque nunca te lo diga.  A lo mejor, el otro no es tan fuerte, pensás.  A lo mejor es débil y llora igual que vos.  Pero no te importa.  A vos no te importa saber quién es ni cómo es.  Y mirás a tu papá con esa mirada neutra con que mirás ahora a Laura.


            --No entiendo bien qué querés –le decís a Laura --. ¿Guita?
            --Sos un hijo de puta. –La mirás, siempre inmutable. –Quería que conociera al padre y que vos supieras que ella existía. ¿Vos sabés lo que es no saber quién es tu viejo?

            “Si alguna vez querés saber”, te dice tu mamá mientras cocina y mira para afuera.  Está de espaldas.  Vos seguís haciendo los deberes en la mesa de la cocina, como si no la escucharas.  Se interrumpe.  Te acercás y la rodeás con los brazos.  La espiás por el costado y ves que le brillan los ojos.  La abrazás más fuerte y le decís que se calle, que vos nunca, nunca vas a querer saber.  Que para vos ella es la única.  Se da vuelta y te abraza.  Ahora, ella sonríe y sos vos el que cierra los ojos y hunde la cara en su panza.

            --Algo sé, sí.  –Le sonreís. –Y acá me tenés, entero.
            --Mirá, yo pensé que te iba a importar, pero así no podemos seguir hablando.
            No la estás escuchando.  Mirás para afuera.  Te distraés mirando la gente que cruza la calle. Hombres. Mujeres. Cualquiera podría ser él, cualquiera podría ser ella.  Pero a vos no te importa.  Y pensás que a lo mejor un día vos también cruzás la calle y desde un bar esa nena te mira sin saber quién sos.
            --Vamos, Flor.  –Laura alza a la nena y se va sin mirarte.  La nena te saluda con la mano desde el hombro de Laura y, casi sin darte cuenta, le devolvés el saludo."

Nuestros hijos

A veces siento que la condición de adoptado/apropiado es hereditaria. Lo siento cada vez que me quedo sin respuestas cuando llevo a mis hijos al médico y sólo puedo darle la mitad de los datos de su herencia genética. Pero más lo siento cuando tengo conversaciones como éstas, casi siempre con mi hijo menor, que es el que más pregunta (tiene casi 8 años):
-Mami, ¿vos sos adoptada?
-Sí, mi amor, yo te conté ya varias veces.
-¿Entonces yo también soy adoptado?
-No. ¿Te acordás las fotos que te muestro siempre de cuando estabas en mi panza, de cuando naciste?
-Sí. ¡Qué suerte que yo no soy adoptado! -De golpe, se calla y me mira con compasión. -Bueno, bah, no, a mí me encataría ser adoptado, haber nacido de un huevo caído del espacio...y que me adoptes vos, claro.
-Ah...de un huevo. Pero yo no nací de un huevo caído del espacio.
-Ya lo sé, mami. Son cosas que yo digo por decir...porque no sé qué decirte. Yo sé que no naciste de un huevo, naciste de una mamá que se fue.
-Claro.
-¿Vos también te vas a ir?
-¡No! Claro que no. Nunca tengas miedo de eso. Yo no te voy a dejar nunca, nunca.
-Y pero si tu mamá te dejó, vos te debés parecer a ella, y a lo mejor también un día me dejás.
-No, no. Quedate tranquilo.
-Yo no sabía que las mamás podían irse y no volver más...¿Por qué se fue? ¿Te portabas mal?
-No, era recién nacida, no podía portarme mal.
-A lo mejor eras muy fea.
-No, corazón, una mamá no deja a un hijo porque sea feo. Además, por feo que sea un bebé, la mamá siempre lo ve lindo. Seguramente, no pudo quedarse conmigo porque era muy pobre, o muy chica y no estaba lista para ser mamá, o estaba sola, o enferma...
-Al final, no sabés nada.Y esa mamá es mía también.
-Tu abuela, sí.
-No, yo ya tengo abuelas.
-Claro que sí. Tus abuelas son tus abuelas, pero también está esta otra abuela.
-Qué lío. Era mejor si habías nacido de un huevo del espacio...
Y la verdad es que, al contarle todo eso, o mejor dicho al no tener qué contarle, siento que le estoy transmitiendo la misma incertidumbre que tanto me pesa. Es también parte de su historia la que falta. En cierta manera, me siento como se sentirán las mamás adoptivas al tener que explicarles a sus hijos, pero la diferencia es que a mí me toca muy profundo porque siento que lo que me hiere a mí hiere a mis hijos, soy sujeto y objeto de ese dolor, de esa incertidumbre.
Y ni hablar de este otro diálogo:
Mi hijo canturreabea: "Mami es adoptada, y está muerta." Yo me quedé helada, porque era fuera de contexto, pero traté de no dejar traslucir demasiado mi estupor para no inhibirlo, para que no sienta que "de eso no se habla con mami". Le pregunté por qué "muerta". Y me dijo:
-Porque muchos bebés se mueren cuando los adoptan.
-No, justamente, si los adoptan, no se mueren, porque tienen una nueva mamá que los cuida.
-Sí que se mueren. Si vos queres adoptar un perrito o un gatito, no te lo dan de recién nacido. Hay que esperar a que deje de tomar la teta. Si no, se puede morir, o le hace mal.
-Ah, pero con las personas, es diferente. Porque nos dan la mamadera con leche de fórmula, que es como la de una mamá.
-Sí, pero igual los bebés no saben que son personas, que son distintos de los demás mamíferos. Son bebés igual. Y necesitan a su mamá. Yo estoy contento de que no estés muerta, pero igual sé que te hizo mal que te saquen enseguida de al lado de tu mamá de la panza. Tendrían que haber esperado a que fueras un poquito más grande antes de que te adoptara tu mamá, mi abuela.
-Con las personas, es distinto.
-Bueno, vos pensás eso. Yo digo que te hizo mal.
¿Me hizo mal? ¿Realmente somos tan distintos de los demás mamíferos en esa etapa de la vida? ¿O tendrá razón mi hijito?
Para pensarlo.

martes, 29 de marzo de 2011

Mi historia: proyecto en curso

Voy a tratar de resumir mi historia, o al menos la historia que fui reconstruyendo con lo que me han ido contando aquí y allá:

Un tiempo antes de que yo naciera (¿semanas o meses?), en algún momento de 1969, una señora (seguramente una asistente social, probablemente Marta Bermúdez, ya fallecida, pero no puedo asegurarlo) de la institución NEF - "Niños en familia", de Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires, Argentina) llega a la casa de mi tía Norma (también fallecida), en Sierra de la Ventana, y le cuenta que va a nacer un bebé y que la madre no puede quedárselo. Mi tía ya tenía dos hijos adoptivos, y quizás podría querer otro más. No en ese momento, ella no, pero a lo mejor, su hermana, que se lo deje pensar, dice mi tía. Imaginemos que ahí termina el diálogo.

A 600 km de allí, mi mamá recibe la llamada de mi tía. Opiniones divididas. Mi hermano (adoptado, también), que a los 6 años pedía un hermanito para ser como los demás chicos. Mi papá, al parecer, no estaba entusiasmado con la idea. Mi mamá, ambivalente. Al fin, deciden que sí. El 14 de octubre, reciben la llamada. Había nacido el bebé a las 2 de la madrugada. Una nena. Se apuran los preparativos. Quiere el destino que mi mamá elija comprar el moisés en una casa de ropa de bebés de las tías de mi actual marido, que andaría por allí correteando o, como asevera una de las tías, "ayudando a pasar la cinta de raso a tu moisés", aunque ya esto entra en el terreno de lo novelesco, pero no sería lo primero ni lo último de novelesco de mi historia de vida. Finalmente, el 16 de octubre, van a buscarme. Primero van a Sierra de la Ventana y de ahí, a Bahía Blanca, al Sanatorio Central (esto último es un dato que me aporta Elisa, una de las asistentes sociales de NEF con la que pude tomar contacto hace muy poco, pero tampoco ella puede asegurarlo, y mi mamá no recuerda el nombre).

Vos, mi madre biológica, seguramente te habrás puesto en contacto con Marta Bermúdez o alguna otra persona de NEF, un tiempo antes de mi nacimiento. Es posible que algún conocido te haya recomendado que fueras a verla a Marta a su casa de la calle Yrigoyen, que ella podría encontrar una familia para tu bebé. También es posible que te hayas puesto en contacto con ella, con Elisa o con alguna otra persona de NEF en el local que tenían en la calle Castelli 314. También es posible que hayas ido al servicio social del Hospital Penna. Cuando llegó el momento del parto, te internaste en un sanatorio privado (muy probablemente, el Sanatorio Central, que en ese momento estaba ubicado en Moreno al 300). Te asistió en el parto la partera Aurelia L. Diez de Baldi. Mis padres pagaron por tu internación, para que estuvieras bien atendida, según me han contado ellos. Te internaste el 13 de octubre de 1969 y me tuviste el 14, a las 2 de la madrugada. Después, ya no supe más nada de vos. Creo que el 16, cuando ellos llegaron a buscarme, ya te habías ido. No lo sé. Sé que yo quedé al cuidado de las enfermeras. He oído sin muchas precisiones que eras muy joven, adolescente tal vez. Me da ternura pensar que quizás todo lo arreglaron tus padres y vos ni siquiera supieras cómo se llamaba el Sanatorio. Elisa cree recordar que hubo por ese entonces un bebé que se llevaron a Sierra de la Ventana, que podría ser yo, y que su mamá biológica era de Coronel Suárez. Así que imaginemos que hiciste el viaje de Coronel Suárez a Bahía Blanca para tenerme y después, te habrás vuelto a Suárez. No conozco esa ciudad, pero una gran amiga de mi infancia era de ahí. ¿Se habrá cruzado alguna vez con vos? Lo cierto es que allí terminó todo porque no firmaste ningún papel para darme en adopción. No viste a un juez y tampoco firmaste nada ante escribano público. Simplemente, te fuiste y yo quedé en el Sanatorio.

Sigue mi historia: la partera les da a mis padres un certificado de nacimiento en el que figura como parturienta mi madre adoptiva y como padre biológico, mi padre adoptivo. Supuestamente, entonces, el parto verdadero no queda asentado en los libros de parto del sanatorio, que por otro lado ya no existe. En el sanatorio, me atiende un pediatra muy joven, cuyo nombre desconozco. Duda en dejarme ir. Yo peso apenas 2, 2 kg, así que probablemente tu embarazo no haya durado 40 semanas. ¿Quizás 38?  Mis hijos nacieron de 38 semanas y pesaban más que eso. ¿36? Sólo vos lo sabés. Así que es probable que tu embarazo no haya llegado a término. O quizás no te alimentabas bien. O fumabas. O simplemente, eras chica vos también y todavía estabas creciendo, a la vez que me gestabas a mí.

Vuelvo a mis padres: me anotan como hija propia (biológica), con el certificado que les dio la partera Diez de Baldi, en el Registro Civil de Bahía Blanca. Y me llevan primero a Sierra de la Ventana, a casa de mi tía, y después, a la que iba a ser mi casa durante unos años más, en el campo, cerca de Salto, Provincia de Buenos Aires.

De allí en más, mi vida siguió muy bien. Tuve y tengo una linda familia. Una buena infancia, un poco aquí, un poco allá. Después, la juventud, los estudios, los amores, el trabajo, los hijos. Una vida como tantas. Una buena vida. Pero faltás vos.

Muchos años después, 41 para ser exacta, me decido a juntar los pocos datos que tengo y a buscarte: tengo apenas mi fecha de nacimiento y el nombre NEF, que recuerda mi mamá. Busco NEF por internet...nada por ninguna parte. O casi. Encuentro dos menciones: figura como ONG en el sitio de la Municipalidad, está el domicilio, el teléfono y dice que la inscribió como ONG la Curia y la Dirección Provincial del Discapacitado, y que fue fundada en 1966. Escribo a la Municipalidad de Bahía Blanca y me contestan que no existe más, que la coordinaba la Sra Bermúdez, ya fallecida. La otra mención que encuentro es en el sitio de Acipesu, una fundación del Banco Provincia, que le hizo una donación en el año 2000 o 2001. Perdida por perdida, les escribo. Con una gran generosidad, buscan en sus archivos y me responden que lo único que tienen es una nota firmada por la asistente social Elisa Otero. Y en el membrete, la dirección (Castelli 314) y el teléfono. Busco en internet la dirección: hoy funciona allí un servicio de reparación de artículos electrónicos. La línea telefónica es hoy de un locutorio. Busco a Elisa, y tengo la suerte de encontrar dónde trabaja, rastreo el número, la llamo, y me atiende ella misma. Le pregunto por NEF y si quedaron archivos. Me pregunta el año de nacimiento y me dice que sí, y que ella estaba en NEF en esa época. Ya para entonces me tiemblan las rodillas. Sí hay archivos, pero están guardados en el local, al que por motivos que desconozco, no pueden acceder por el momento. Me dice que consiga mi partida de nacimiento, que tienen que figurar anotaciones marginales, que le pase el nombre de la partera. Todo esto, por teléfono que se nos corta, ella en Bahía, y yo, en Canadá. Le agradezco mucho a Elisa la paciencia y la voluntad de ayudarme, a pesar de lo extraño que le resulta todo, que la llame desde Canadá para preguntarle por una ficha de archivo de hace 41 años... A todo esto, encargo a un gestor que me busque la partida y me la mande. Me llega por courrier. Mi marido la recibe y me llama al trabajo. Que me la lea por teléfono, le pido. Y él lee lo poco que hay. Nada. Los nombres de mis padres, la hora, el nombre de la partera y como lugar de nacimiento, simplemente "Bahía Blanca". Yo, que le pido que se fije bien, por si hay algo más. Y él, que quiere encontrar notas marginales, pero no las hay. Y me dice, dulce, "a lo mejor soy yo que no veo bien porque no tengo los anteojos". Pero no. No son los anteojos. No hay notas marginales. En rigor, no se trata de una adopción. No hay expediente donde ir a buscar. Solamente la memoria de Elisa, que por el nombre de la partera, deduce el Sanatorio. Y los archivos que quizás estén todavía en ese local de la calle Castelli, al que no se puede acceder, al menos por ahora.

Por todo esto que te cuento, porque no tengo más remedio, es que te busco así, a ciegas, exponiéndome públicamente en un blog. Porque no tengo expedientes donde ir a leer tu nombre, es que cuento todo esto. No creas que me hace gracia. No es mi vocación desnudarme así. Y desde ya, te tranquilizo: cuando te encuentre, si te encuentro, no voy a publicar tu foto ni tu nombre acá. Sé que probablemente hayas formado una familia y que es muy posible que tu marido y tus hijos, si los tenés, no sepan de mi existencia. Bueno, no seré yo quien te complique la vida. Prometo resguardar tu privacidad. Prometo respetar tu derecho a mantener en secreto lo que quieras. No tengas miedo. Acá te espero. No quiero lastimar a nadie; al contrario, busco cerrar heridas y abrir caminos.

Podés contactarme por e-mail a bahiaoctubre69@yahoo.com si tu historia coincide en algún punto con la mía, aunque los datos no sean exactos. Podemos comparar datos, intercambiar fotos. Y ya veremos cómo hacemos para vernos y saber si somos o no madre e hija.

Bueno, hasta acá llegué. Yo ya no puedo hacer más. Esta historia tenés que completarla vos. Te espero.


La verdad

En estos días he estado leyendo varios blogs de padres adoptivos, y muchos se planteaban si era conveniente o no decirle a su hijo la verdad sobre su historia si esa verdad era muy dolorosa. Concretamente, en casos en que ese hijo había sido producto de una violación. Claro. Qué difícil. Al leer las opiniones, me sentí dividida: por un lado, la hija adoptiva que hay en mí quería poco menos que gritar que sí, que le digan la verdad por dolorosa que sea y ya verá el hijo cómo la asimila. Por otro lado, la madre que hay en mí me hacía comprender muy bien los temores y las dudas que planteaban los padres, sobre todo cuando tienen que enfrentar a profesionales que les dan consejos taxativos, como por ejemplo, que debían decírselo a los 8 años o a los 12 años, como si todos los niños y circunstancias fueran iguales. Yo tengo un hijo de casi 8 y otro de 13, y la verdad es que si tuviera que decirles algo así, creo que no podría. Lo reconozco. Qué difícil situación la de los padres que conocen la historia. ¿Qué hacer? ¿Decirles? ¿Dejarlos buscar esperando que nunca encuentren? ¿Desalentarlos? En mi humildísima opinión, de alguien que no está en la situación de madre adoptiva que conoce esa verdad sobre alguno de sus hijos, yo creo que lo mejor sería esperar a decírselos hasta que estén en condiciones de digerir la verdad, quizás no antes de los 18 años, y esto dependería de la persona. Sinceramente, creo que un niño de 8 ni siquiera puede entender qué es una violación, y uno de 12, que recién va a entrar en la pubertad, tampoco me parece que esté preparado.

Ahora como hija adoptiva que desconoce su identidad biológica, me surge lo siguiente: entre mis fantasías más negativas siempre estuvo la de haber sido producto de una violación, y hasta de una violación incestuosa, por ejemplo, ¿por qué no? Todo puede ser. ¿Qué sentiría al enterarme? Ante todo, unas ganas enormes de abrazar a mi madre biológica. Trataría por todos los medios de decirle que me enorgullezco de ser hija de una mujer capaz de llevar adelante un embarazo en esas circunstancias. Y después, la dejaría en paz, creo que no pretendería tener una amistad con ella, porque el solo verme le despertaría recuerdos dolorosos, insoportables, quizás. O bien, trataría de ayudarla a sanar.Y después me dedicaría a mí, a tratar de hacer las paces con mi historia.

En todo caso, la verdad es la única llave, la única vía posible.

Cierro con una cita de Alice Miller, de su libro El drama del niño dotado: en busca del verdadero yo  (Tusquets, 2005) (Aclaro que lo que sigue no es una cita de la traducción al español, sino una traducción mía del libro en inglés, que tampoco es el original, porque si no me equivoco el original está escrito en alemán en 1977):
“La experiencia nos ha enseñado que tenemos una sola arma resistente en nuestra lucha contra la enfermedad mental: el descubrimiento emocional de la verdad sobre la historia singular de nuestra infancia. ¿Es posible entonces liberarnos, de una vez por todas, de las ilusiones? La historia demuestra que se cuelan por todas partes, que cada vida está plagada de ellas, quizás porque la verdad a menudo nos resulta insoportable. Y sin embargo, la verdad es tan esencial que su pérdida nos impone un pesado lastre, que se traduce en enfermedades graves. Para sentirnos completos, debemos tratar, al cabo de un largo proceso, de descubrir nuestra verdad personal, una verdad que puede causarnos dolor, antes de permitirnos alcanzar una nueva esfera de libertad. Si en cambio optamos por contentarnos con la “sabiduría” intelectual, permaneceremos en la esfera de lo ilusorio y del autoengaño.”

Alice Miller “El drama del niño dotado: en busca del verdadero yo”. 

Recomiendo muchísimo el libro, que no trata sobre la adopción pero creo que se puede aplicar mucho a nuestras historias. Ya seguiré hablando de él en otras entradas. 

Juntas y separadas

Este es un fragmento del poema "De viaje", de José Santos Chocano, que me hizo pensar en que esa imagen de ir bogando las dos, cada una a un lado de una misma canoa, cada una con un remo, sabiendo que la otra está del otro lado pero sin poder verla nunca. Es un poema de amor, pero me pareció que este fragmento bien podría aplicarse a lo que muchos de nosotros sentimos respecto de nuestra madre biológica:

“Yo lentamente sigo la ruta de mis quebrantos;
¡ella ha fugado como un perfume sobre la brisa!
Quizás ya nunca nos encontremos;
quizás ya nunca veré a mi errante desconocida;
quizás la misma barca de amores empujaremos,
ella de un lado, yo de otro lado, como dos remos,
¡toda la vida bogando juntos y separados toda la vida!¨

 Jose Santos Chocano, "De viaje"

miércoles, 16 de marzo de 2011

¿Desde cuándo te busco?


¿Cuándo empecé a buscarte? Quizás desde que te fuiste. Primero, en el silencio, ese espacio oscuro en el que faltaban tus latidos y tu voz. En el aire, huérfano del olor de tu piel. Hasta que llegó mi mamá, y supe que no eras vos, pero también supe que ella y yo íbamos a ser madre e hija para siempre, como lo supo ella en el momento en que enderezó la mamadera con la que me alimentaba una enfermera, según me ha contado. Ya tenía una mamá. Y un papá, del que poco tardé en enamorarme como nunca me enamoraré de ese otro hombre, aún más misterioso, que me engendró con vos. Pero eso no me impedía seguir buscándote, años después, entre las caras, las manos de dedos largos y flacos, las pieles mate, los ojos marrones o negros, y en el espejo, claro, en el espejo. Horas de adolescencia buscándote en el espejo, atenta a cualquier rasgo que pudiera revelarte, escondido entre mis gestos, calcados de mi madre, porque sí, también es cierto que allá en el fondo siempre soñaba con haber estado en su vientre, con ser sangre de su sangre, con que no fuera cierto que mi vida hubiera empezado en vos. Si no habías podido quedarte, mejor entonces que no hubieras existido. Y a lo mejor se habían equivocado, soñaba...pero sabía que no. Siempre me dijeron la verdad. Había nacido de otra mamá y otro papá. ¿Y entonces por qué no se habían quedado conmigo como los padres de mis amigas? Porque quizás eran muy pobres, o no podían estar juntos, o vos eras demasiado joven, o todo eso junto. Era mucho. Demasiado para mis tres, cuatro, cinco, seis años. Después dejé de preguntar. Te escribía, en cambio. Todo el tiempo. Recuerdo un cuaderno, a los ocho años, con la imagen de una playa desierta al atardecer en la tapa, desierta excepto por la figura de una mujer de vestido blanco y cabellera larga y oscura que corría por la arena. Así te soñaba. Escribí en la tapa con birome "Quienquiera que seas". Y empecé a escribirte un cuento. En mi cuento, te llamabas Ana y yo, Rosa. Pero mis padres lo descubrieron demasiado pronto y les resultó simpático y me lo dijeron y entonces, ya roto el secreto, lo dejé inconcluso, como nuestra historia real. Lo abandoné.

Pasaron años en los que te negaba. No era que no existieras, sino que aunque sabía que existías, tu existencia me era indiferente, me decía. Daba igual quién hubieras sido o por qué te hubieras ido. No me importaba. No quería saber. Porque igual yo era yo, y mi vida nada tendría que ver con la tuya. Hasta que, a los 22 años, después de una ruptura de la que no lograba recuperarme, me encontré por primera vez sentada frente a una psicóloga. Y allí, en la tercera sesión recién apareciste. Te nombré de soslayo, casi sin querer, como un detalle sin mucha importancia. Y ya nunca más dejé de hablar de vos y de nuestra historia inconclusa. Del frío, ese frío que se me instala a veces, todavía ahora, en el medio del pecho y me atraviesa, me recorre, me envuelve y paraliza. Pero buscarte, no... No, eso no, imposible. Una aguja en un pajar. Y además para qué..

Y así pasaron más años. Hasta que a los 27, sentí que una vida latía dentro mío. Duró muy poco, pero fue eterno. Cuando perdí ese embarazo, tomé conciencia de dos cosas: de cuánto quería ser madre y de cuánto duele la pérdida de un hijo, aunque sea un hijo "inconcluso". Inconcluso. Otra vez. No tenía consuelo. Me sentía el eslabón perdido. Ya te había perdido a vos. ¿Y ahora otra vez? ¿Sería que no había salida para mí, en esa espiral eterna de perder y ser perdida? ¿Nunca podría verme en los ojos de nadie? ¿Nadie me acariciaría con unos dedos tan largos y flacos como los míos? Pero dicen que Dios aprieta pero no ahorca, y si existe (yo quiero creer que sí, pero cómo me cuesta...me cuesta tanto como creer en casi todo lo demás, en casi todos los demás...quiero creer pero en el fondo, siempre desconfío, de todo y de todos...¿quién me dice que el día menos pensado no se van de mi lado como te fuiste vos?), pongamos que sí existe, me dio otra oportunidad. Y en muy poco tiempo, otra vida latiendo dentro mío. Aterrada y radiante, empecé a recorrer ese camino fascinante, esas 38 semanas juntos con quien sería mi hijo, mi primer vínculo de sangre. Te pensé. No sabés cómo. No sabés cuánto. Te extrañé, también. Por primera vez, reconocí que me hacías falta. También por primera vez, supe que esas 37, 38, 40 semanas (quizás nunca sabré cuántas) encerraban todo un universo, que sí era posible sentir con ese ser pequeñito, distinguir sus movimientos, su hipo, su alegría, su letargo, sentirme acompañada por él hasta el final. Supe entonces que nunca me habías olvidado, haya sido la que haya sido tu historia, que algo había quedado sellado para siempre entre las dos. Y cuando mi principito salió de mí y lo sentí sobre mi pecho y me miró, con esa mirada intensa que sólo tienen los recién nacidos, y dejó de llorar al oír el sonido familiar de mis latidos, al reconocer el olor de mi piel, al verme en sus ojos, te vi también a vos, en él, en mí. Supe que tu vacío de mí no era menor que el mío de vos. Que esos primeros días lo habrás sentido como si te faltara una parte de tu cuerpo. Lo supe. Simplemente, lo supe. Aún así, buscarte...no, para qué...Si ahora ya tenía en quién verme, en quién verte.

Y así pasaron cinco años más. Cambié de ciudad, de país, de idioma. Un día mi marido me dijo algo que nunca se me borró: "Vos no extrañás nada. A veces me asusta." Pensé mucho en eso. Y era cierto. Sí que extrañaba, pero me sentía y me siento cómoda en el desarraigo. Después de todo, es la parte más palpable de mi identidad. Ser extranjera, vivir en un país "por adopción" es nada más que llevar a un plano más amplio el más natural de mis sentimientos. Pertenecer y no. Ser un poco de acá y un poco de allá. El limbo de los expatriados no es muy distinto del de los adoptados. Ser expatriado es ser un ciudadano adoptivo, adoptado. Y en mi tierra adoptiva, un día soleado y frío, después de una gran nevada, hace casi 8 años, di a luz a mi segundo hijo, mi segundo principito encantado. Y esta vez sí, cortado el cordón, cuando lo oí llorar y calmarse luego contra mi pecho, cuando me clavó esa mirada intensa, inquisitiva, cuando se lo llevaron y me quedé sola unos minutos, tendida en la camilla, en la sala de partos anónima de un hospital de una ciudad ajena, de un país ajeno, entre las voces en varios idiomas que no eran el mío, de cara al reloj que marcaba las 2.40 PM, pensé en vos, y decidí buscarte. De golpe, pensé qué pasaría si este fuera el fin de mi historia con ese chiquito que acababa de parir. Cómo te habrás sentido después que nos separamos, con esa debilidad que te impide mover un brazo, ese cansancio, ese agobio, sin para qué... Quizás fue necesario sentirme sola, en un lugar extraño, para poder imaginar siquiera por un segundo lo que habrás sentido vos. No duró mucho, porque enseguida me llevaron a reencontrarme con mi marido y mi hijito, que llegaba llorando a gritos hasta que nos fundimos otra vez en un abrazo y se calmó contra mi pecho.

Desde ese momento te busco, más o menos tímidamente. Espero. Sigo. Me entusiasmo. Me obsesiono. Busco datos. Reúno, sumo, me acerco. Me asusto, me detengo, me alejo. Espero. Sigo. Y así.

Pero algo me dice que esta vez sí, esta vez sí vamos a reencontrarnos. Tarde o temprano, cuando tenga que ser.

sábado, 5 de marzo de 2011

¿Nos veremos otra vez?

Hola. Hoy empiezo este blog, que intenta ser un diario de mi camino hacia el reencuentro con mi madre biológica. Camino con idas y vueltas, con avances, tropiezos, retrocesos, baches, dudas, miedos. Camino que empecé a recorrer sola y al que van sumándose día a día personas maravillosas que a veces me llevan de la mano, otras me dan una palmadita en la espalda, me calman cuando me enojo, me alientan cuando estoy por perder la fe y me acompañan siempre. Gracias por acompañarme en este camino, que intenta ser también un lugar de encuentro, de apoyo mutuo y de reflexión sobre la adopción y la construcción de la identidad. Acá van a encontrar mis reflexiones, pero también libros, películas y todo aquello que vale la pena compartir.

Sé que éste es un viaje sin mapa y sin brújula, y quizás sin destino. ¿Nos veremos otra vez? es la pregunta que me hago desde hace tiempo al pensar en ella, esa mujer de mil rostros que me llevó en su vientre y de la que nada sé. Mentiría si digo que voy ligera de equipaje. Cargo con miedos: a no encontrarla, a encontrarla y que no quiera verme, a encontrarme con una historia difícil. Cargo también con sentimientos encontrados: culpa por buscar, necesidad de saber, miedo a causar dolor. Pero mis ganas de saber pueden más.

Sé que todos los que buscamos cargamos más o menos con lo mismo. Por eso, me dedico y les dedico a todos esta hermosa canción de Serú, y sobre todo esa estrofa que dice:

"no estés sol@ en esta lluvia
no te entregues por favor!
Si debes ser fuerte en estos tiempos
para resistir la decepción
y quedar abiert@, mente y alma,
yo estoy con vos."